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Crónica de un viaje por Chile




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“Una crónica divertida, para aprenderlo todo a cerca del mundo de los vinos”


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“Tulio, por favor, ten personalidad una vez en la vida”. 
Con eso entendí algo que han dicho los filósofos desde la época de Sócrates y Platón: Cuando una mujer dice NO, lo más seguro es que esté diciendo todo lo contrario.


Es increíble, descubrir tanta belleza, tanta vida, llena el espíritu de buena energía.  Estar aquí, en medio de las millones de vides que hacen parte de este poderoso paño de viñedos, te hacen sentir insignificante, y te permiten verte reflejado en esta inmensidad como lo que realmente eres y significas para el plácido útero de la naturaleza.  Eres una vid, que crece alimentada por las experiencias, por la historia.  Que hundes tus pies en la tierra, y que como las plantas, hechas raíces, levantas tus ramas y das fruto.  Cuál es la idea?, que como las vides ancestrales, seas capaz de dar las mejores uvas, y te conviertas en alimento para los demás.

Crónica de un viaje por Chile, parte 3
Conocer la Bodega Tabalí fue toda una experiencia.  Luego de bordear por algunas horas el océano Pacífico y haber visto el paisaje, transformarse una y otra vez, llegamos al valle del Limarí, quizás una de las regiones más prometedoras de Chile, en cuanto al tema de vinos se refiere.  Sorpresa, eso es lo que uno siente al encontrar este retazo de naturaleza fresca a unos cuantos pasos de la porción de tierra más árida del planeta, el desierto de Atacama.  No es fácil entender los intríngulis de la vida, pero en este caso y lugar, su sapiencia máxima se deja ver en la composición de un magnífico Terroir (La tierra, el sol, la temperatura, la mano del hombre y  demás aspectos que interviene en el crecimiento de la uva, determinan “El terruño”).

El Valle del Limarí es un territorio conformado por decenas de pequeños valles,  quebradas y ríos que corren impacientes hacía el Océano Pacífico.  A su vez, este devuelve sus bondades con nombre propio: La Camanchaca, una suave brisa marina que ingresa al valle en las horas de la mañana y lo baña todo con una necesaria humedad.   Es justamente aquí, en donde el aclamado wine maker (El enólogo, el que hace el vino), Felipe Muller, prepara y vinifica uvas de características singulares.  Un vino en especial me marcó en esta visita. “Payén”, el cuál debe su nombre al vocablo Diaguita “Cobre”, quizás porque de eso está compuesto el subsuelo de este terroir, subsuelo que también han explotado los dueños de estas tierras, una familia de apellido Luksic (algo así como los Santo Domingo en Colombia), dueños de las minas, de las tierras, de los viñedos, de los medios de comunicación y de algunas de las empresas más importantes y representativas de este lado del continente.  


Y hablando del Payén, el vino que la casa Tabalí produce especialmente para el mercado inglés, debo recordar una de las anécdotas más graciosas que me sucedió durante y después de este viaje.  Es sabido para los amantes de los buenos vinos, que si encuentras una botella que te haga ver las estrellas, no debes pensarlo 2 veces, y si puedes, debes comprarla.  Así que tomo el teléfono emocionado, y llamo a Colombia, con estas palabras: 
-“Amor, acabo de encontrar la botella más increíble que te puedas imaginar”, como buena esposa, su primera pregunta no es por el aroma, el color o el sabor: -“Y cuánto cuesta?”.
-Aquí en la bodega (a 6 horas de Santiago de chile), vale un poco menos de $100 US… Y ahí llegó la reflexión:
-“Pero amor, estás en Chile, la tierra del vino; no te parece que deberías aprovechar y comprar vinos de mejores precios? (Léase baratos).  Así que me dio un poco de pena: “Claro, que tonto, la cuestión era aprovechar, y no gastarme lo poco que llevaba en una sola botella de vino”.  Conclusión: No la compré.  Voy a adelantarme un poco para contarles el desenlace de esta conversación a mi arribo a Colombia.  Llego a casa, abro la maleta, y viene mi esposa corriendo y me pregunta emocionada: -Y la botella de Payén?  Carajo, era la última pregunta que esperaba escuchar.  Había traído para ella 6 botellas de buenos vinos e inmejorables precios, me sentía un triunfador; pero ella preguntaba por la botella de Payén.  Se imaginarán mi cara, mi descomposición, mi duda ante la situación y la pregunta.  -Cómo que la botella de Payén?  Prácticamente me dijiste que si llegaba con ella, no me dejabas entrar a la casa?; y su respuesta fue quizás lo mejor de todo este viaje: -“Tulio, por favor, ten personalidad por lo menos una vez en la vida”.  Con eso entendí algo que han dicho los filósofos desde la época de Sócrates y Platón: Cuando una mujer dice NO, lo más seguro es que esté diciendo todo lo contrario.  Ya mi botella de Payén había quedado atrás, a algo más de 4.000 kms de distancia, pues aún no se consigue en el mercado colombiano.  Afortunadamente, y por lo menos en este caso, la historia de amor entre un hombre y una botella de vino tiene un final cercano a la felicidad.  Muchas de las características que me enamoraron del Payén, se encuentran también en las botellas Reserva de la casa Tabalí, de la cuál empezaré, poco a poco y con esmerada paciencia, a contarles todos sus secretos.

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La cámara en mis piernas se retorcía de la risa. 
Desvergonzada; si no es por lo que vales, y porque no eres mía: te tiraría por la ventana.



Nos hablan de arte, y pensamos en la música, la pintura, la escultura y la poesía; estamos convencidos de que solo hasta ahí llega el poder creador del ser humano.  Pero lo cierto es, que cada uno de nosotros, es un artista en potencia, cada uno en su estilo: Apasionados, tristes, grandes, felices o caóticos.  Nuestras vidas se extienden sobre el lienzo del universo en forma de palabras, de acciones y de resultados, como la más potente obra de teatro.  Y parte de esa obra que somos, se refiere al momento de enfrentarnos a nuestro destino, instante en que el cuerpo físico y el espiritual se encuentran, y trabajan al unísono, para lograr hacer de cada uno, una pieza artística valiosa y muy significativa.

Crónica de un viaje por Chile, parte 2
Una vez superado el trancón, nuestro auto, literalmente, se deslizaba sobre la moderna red vial de esta parte de Chile.  Esto fue una de las cosas que más me sorprendió, sus vías amplias y bien organizadas.  Nos movilizábamos por la ruta Panamericana (o la ruta 5, como la llaman ellos), rumbo a la región de Coquimbo, tierra de La célebre poetisa Gabriela Mistral,  ubicada al Norte de Santiago.  Entre preguntas y respuestas, el tiempo transcurrió de manera amistosa.  Al rato, un profundo silencio se apoderó del auto, ya se nos había agotado el tema; lo cual era apenas lógico, por dos razones: Una, el cansancio, y dos, el poco tiempo que llevábamos de conocernos con nuestros anfitriones. Max iba concentrado en la carretera, su compañero estaba perdido en quien sabe qué cavilaciones, y Lillyana se había ocultado bajo unas grandes gafas y la visera blanca que la acompañaría durante todo este recorrido, y aunque posaba derechita, tratando de disimular su situación, lo cierto es que ya no estaba ni en el carro, ni en Chile… no estaba ni siquiera en este planeta.  Conclusión, el único que aún estaba vivo y consciente dentro del vehículo, era yo. Miré a Lillyana por largo rato, como tratando de entender en qué momento di este paso tan apresurado, y aunque he hecho muchas cosas locas en la vida, esta se lleva el premio mayor. 

Me quedé pensando en mi situación.  Debo ser honesto, y a riesgo de sonar poco profesional, nunca en mi vida, como en esta ocasión, había estado tan confundido y tan poco claro sobre lo que debía hacer.  Ya estaba en Chile, ya iba camino al Limarí, ya nada más podía hacer.  La cámara en mis piernas se retorcía de la risa.  Desvergonzada; si no es por lo que vales, y porque no eres mía: te tiraría por la ventana.

Por el cristal del auto pasaban una infinidad de imágenes nuevas para mí.  Con tal facilidad el paisaje cambiaba de colores y aspectos, de áridos grises desérticos, a verdes jugosos y profundos, que vestían orgullosos, extensas zonas sembradas con todo tipo de frutas y vegetales, especialmente palta (lo que en Colombia conocemos como aguacate).  Leí un letrero en uno de los restaurantes de camino: “Charqui, ¿qué es eso?”, y con mi pregunta corté el mutismo de tajo.  La respuesta me sorprendió aún más: “es carne de caballo seca”, dijo Max, yo lo miré como incrédulo, y esperé a que sonriera; pero no, nuestro acompañante estaba hablando en serio.  No es que lo vea mal, no; en mi recorrido como gastrónomo, me he tenido que enfrentar a todo tipo de comidas típicas, cada una de ellas tan sabrosa como exuberante; pero viniendo del país del que vengo, se entenderá que, comer caballo, es casi un sacrilegio.  Nosotros “ADORAMOS” a los caballos, aquí “ADOBAN” a los caballos (Se entiende la paradoja).   Luego el tema se fue extendiendo como una melcocha, por todos lados salían nuevas patas que nos comunicaban con otros asuntos, yo estaba feliz, absorbiendo conocimientos sobre los individuos de esta sociedad.  Con tal facilidad pasábamos de la política a la gastronomía; del vino al asunto del terremoto, o debatíamos sobre Juanes o Shakira.  Por supuesto, pregunté si conocían Colombia.  Una sonrisa dibujó el rostro de ambos: “Allá las mujeres son de exportación”, respondieron casi al unísono.  ¡Carajo, cómo quiero a estos chilenos!  

Por supuesto, no más fue hablar de mujeres y del piropo que acababan de soltar, y vi brillar una sonrisa en los labios de Lillyana.  Lo había olvidado: Una mujer puede estar en el más profundo de los sueños, pero su visión global (o el sexto sentido, qué se yo), le permite reconocer frases y expresiones que consideren interés, y entonces, como por arte de magia, se trasladan al momento presente y retoman el tema con tal facilidad, que pareciera que jamás se hubieran ausentado.  Con la voz ronca, apenas a medio despertar, y con el paisa aún más arrastrado preguntó: “Vení, ¿y eso por qué?”, y entonces ellos se desvivieron en adjetivos (muchos), algunos incluso que ni conocíamos (suponemos que todos buenos por la expresión de sus caras).  Lillyana, como buena mujer colombiana, volaba sobre una nube de orgullo.  Yo, por supuesto, iba volando con ella.  Me quedé pensando en mi princesa… Ahhh, si la conocieran se quedarían cortos en adjetivos. 

Chile es un país sorprendente, en todo el sentido de la palabra.  Hoy en día presenta el nivel de vida más alto de Sur América, con lo que esto significa: El índice de criminalidad es bajo, así como el de pobreza y corrupción, razón por la cual, sigue siendo una de las economías más estables en el mundo, y lo ha sido durante los últimos 30 años.  Ahora recuerdo la cara de felicidad de una pareja de jóvenes colombianos que nos encontramos en el aeropuerto de Bogotá.  Ya cumplían 10 años de estar viviendo en el país de los poetas.  Por alguna razón desconocida (o porque yo a todo el mundo le pongo conversa), cruzamos algunas palabras.  Les juro, después de oírles hablar, ya estaba enamorado de Chile y ni siquiera me había subido al avión.

Chile es un país largo y delgadito (de hecho es el más largo del mundo con más de 4.300 Km), encerrado entre 2 poderosas barreras naturales: Por un lado está la cordillera de los Andes, y por el otro, el Océano Pacífico.  Esto tiene sus ventajas: Si un chileno quiere ir a la playa, solo tiene que viajar un par de horas para disfrutar de las brizas marinas y las profundas aguas del pacífico.  De igual manera, y si lo que quiere es un cambio radical de ambiente, toma el camino contrario, y a una distancia muy similar, encuentra nieve y espectaculares zonas para deportes de invierno.  La geografía de Chile es increíble, con razón las uvas escogieron este lugar del mundo para inspirarse.  Debo repetirlo: La tierra de los poetas, perfecta para hablar de vinos, aunque aún no haya dicho nada de ellos.  Ya llegaré a ese momento.


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Mi esposa me hizo una pregunta: ¿Cómo vas a hacer tú para dormir cerca de Lillyana?  Claro, lo había olvidado, MIS RONQUIDOS, y hasta ahí me llegó el asunto…


Hacer vinos, es un gozoso ejercicio de sensibilidad, un rompecabezas etéreo, cuyas piezas bien ensambladas, deben dar como resultado, un jugo fermentado que sea capaz de hablarle al espíritu humano.  Eso es el vino, de lo contrario, solo sería jugo y nada más.  El juego empieza en la tierra, que comunica, todo lo que tiene, a la vid, esta transforma dicha sabiduría en la uva que coloca en la mano del enólogo, el cual, con la tranquilidad del que conoce la sabiduría paciente de elaborar sublimes caldos, interpreta la voz del terroir, la descifra y la traduce en aromas, sabores y texturas, para que dicha voz, la voz de la tierra, sea entendible al espíritu humano. Es el hombre, jugando a ser Dios.

Crónica de un viaje por Chile, parte 1
MEDELLIN, COLOMBIA

Un mes después de haber empezado a preparar el proyecto Mundo divino, mi socia, Lillyana Estrada y yo, caminábamos por el aeropuerto de Medellín, listos a emprender un viaje hacia tierras chilenas.  En nuestras caras, esa expresión de nervios y felicidad que produce cualquier viaje, en el que tendrás la oportunidad de descubrir, y ver en directo, todo aquello que para ti, hasta el momento, no han sido más que palabras, conceptos y fotos de algún libro.  Para ambos, este cuento del vino, se refiere a una pasión añeja, que como los buenos vinos, ha venido creciendo con los años.  Pero para ser honestos, ninguno de los dos, ni en nuestros más alegres sueños, habíamos contemplado la posibilidad de estar emprendiendo este viaje de descubrimiento tan pronto.

Pero ahí estábamos, cada uno con una cámara debajo del brazo y un estrecho equipaje.  A la 1.30 de la tarde del día 24 de Octubre de 2010, tomamos el avión que nos llevó hasta Bogotá, paso obligado en ese momento, para llegar a nuestro destino.  Con nuestras cámaras, parecíamos 2 pequeños a quienes el niño Dios les acababa de entregar el juguete más importante de la lista.  Por una curiosa razón, y me voy a devolver un poco en el tiempo: La invitación para grabar en los viñedos de Chile era solo para 2 personas, presentador y camarógrafo.  Cuando nos dijeron esto, y dando muestras del empuje Paisa, mi socia, con la seguridad que te regalan los años y la experiencia, exclamó: “Yo voy de camarógrafa”.  Imagínense Ustedes la escena: La prestigiosa presentadora de Televisión, convertida de repente en mi camarógrafa… es de risa.  Qué podía yo hacer, no quedarme atrás, y entonces, con una inusitada fuerza, mezcla de estupidez y locura, repetí emocionado lo mismo: “Yo también soy camarógrafo”, y quedó el equipo completo.  De repente, y con solo un par de boletos de avión, nuestro equipo estaba conformado por 2 directores, 2 presentadores, 2 camarógrafos y 2 asistentes, todos en un solo empaque.  Perdónenme por ser tan Chovinista; pero esto somos los colombianos: Pura creatividad, pura pasión. 

Ahora, yo debía sortear un pequeño problema (y entenderán por qué hablé de estupidez y locura).  Aunque tenía muy claro el concepto de lo que quería hacer del programa y manejaba los conocimientos básicos sobre el tema que trataríamos: “El Vino”, JAMAS, y lo repito con énfasis: JAMÁS había empuñado una cámara profesional.  Mi experiencia se extendía a algunos pocos videos grabados con una pequeña camarita Sony que me regaló mi esposa en nuestro último viaje a Francia.  ¿Cómo podría yo desempeñar ahora mi papel de camarógrafo profesional? ¿Y grabar con precisión las notas que Lillyana haría?  Por varios días me sentí avergonzado, incapaz; ¿para qué abrí la boca?  Hasta aquí me llegó la vida.  Solo quedaban por delante 4 días antes de emprender nuestra travesía, y era mucho lo que debía preparar, y en especial ahora, con este nuevo reto.  La típica solución, correr a donde uno de los camarógrafos del programa y tomar un “extenso” curso de manejo de cámara.  Salí graduado en 2 horas.  Con este antecedente, podrán suponer, que, por encima de cualquier cosa, este viaje para mí, se refería más a una aventura extrema.  Debía capturar muchas horas de grabación, de calidad profesional y buen ojo, para transmitir por Televisión abierta.  Válgame Dios!!!

En el desbaratado aeropuerto el Dorado (estaban en reconstrucción en ese momento), esperamos por más de 7 horas para abordar el vuelo que nos llevaría a Santiago de Chile; teníamos por delante, un largo trayecto aéreo (7 horas, si no estoy mal).  Lillyana iba un poco angustiada, porque sabía que apenas tocáramos suelo chileno, a eso de las 5 de la mañana (por cuestiones del cambio horario), debíamos empezar grabaciones de inmediato.  Y estaba inquieta, digo, porque antes de subir al avión me confesó su incapacidad de dormir en los viajes aéreos, incapacidad que se esfumó de inmediato, pues no fue si no poner la cabeza sobre la almohadita escuálida, y no volví a saber nada sobre ella.  Afortunada.  7 horas de sueño profundo.  Por el contrario yo, que si puedo dormir como un bebe en cualquier lugar (así explote un terremoto a mí alrededor), no fui capaz de cerrar los ojos ni 5 minutos, y en especial, porque antes de salir de Medellín mi esposa me hizo una pregunta: ¿Cómo vas a hacer tú para dormir cerca de Lillyana?  Claro, lo había olvidado, MIS RONQUIDOS, y hasta ahí me llegó el asunto.  Mi esposa Alejandra, porque ya está acostumbrada, y sin mis ronquidos no duerme, es lógico, como cuando te acostumbras al sonido de un ventilador, bueno, al menos eso dice ella (esta mujer es un ángel)… Pero… y Lillyana; ¿qué diría ella?  Conclusión de la historia: Tulio no pegó un ojo durante todo el trayecto, desde Colombia hasta el valle del Limarí y las consiguientes grabaciones (Total horas: 36).  Por supuesto, en el aeropuerto de Santiago, ya no había individuo, ni sombra de lo que era.  Pero lo realmente importante para mí (y por eso lucía heroicamente mis ojeras), era que había mantenido mi dignidad intacta (aún mi socia no conocía el obscuro secreto que guardaba y que más temprano que tarde descubriría en este viaje).

EL VALLE DEL LIMARI

El aeropuerto Internacional de Santiago de Chile, el Comodoro Arturo Merino Benítez, es el principal puerto de embarque aéreo del país.  Por él transitan más de 10 millones de personas al año, e indiscutiblemente es uno de los terminales aéreos más modernos y eficientes de Suramérica.  Allí estuvimos esperando por algo más de 3 horas, para que nuestros anfitriones nos recogieran. Apenas empezaba uno de los viajes más emocionantes que he tenido oportunidad de hacer en la vida: Cruzaríamos el país, una y otra vez, conociendo los viñedos y algunas de las zonas vitivinícolas más importantes de Chile (En lengua indígena: Frío).  
A las 8 de la mañana llegaron dos funcionarios del joven viñedo Tabalí, ubicado a unos 400 kilómetros al Norte de Santiago.  Imagínense ustedes el susto para mí, me esperaban aún 5 horas de carretera para llegar al destino… y no podía, NO DEBÍA DORMIR.  La emoción total, para mí era una revolución de sentimientos increíble.  Tengo que confesar, que en mi corta existencia como enófilo, el Syrah Reserva especial de Tabalí, se ha convertido en uno de mis preferidos.  Vinos que como ellos mismos describen: “Son de gran complejidad, fuerza y elegancia”. 

Lillyana y yo subimos al auto, tratando de entender lo que nos decían, al principio pensé que era el cansancio, pero al rato descubrí, que nuestros amigos hablaban casi sin modular, en un español bastante transformado.  Solía escuchar todo el tiempo algo como “no sé qué cosa, WON”, para luego entender que era una abreviación de aquello que tanto usamos aquí: “Si, claro, Gue…”.  Ahora, algo que si tengo que reconocer prontamente, es la gentileza de los habitantes de esta tierra: Son cariñosos al hablar, delicados al dirigirse a ti, y siempre están pendientes de que te sientas bien. 

El auto arrancó, prendimos nuestras cámaras; un fenómeno conocido nos recibió: un lento atasco sobre la vía que nos llevaría a la autopista panamericana.  Dios!!!, necesito algo para despertarme… (Pronto continuaré esta historia)


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